lunes, 30 de julio de 2007

Capítulo I

Digamos que todo comenzó una lluviosa tarde de Septiembre de 1991 en la oficina de la empresa “mixta” donde “curralaba” por ese entonces. Mi socio Edy y yo estábamos ocupados en la importante tarea revolucionaria de mirar al techo pues como era ya una costumbre religiosa en la empresa no había mucho que hacer. Hasta ese momento llevábamos como seis meses pinchando con la gallega dueña de la "firma" y no habíamos visto todavía ni un solo cliente. Supuestamente yo era el informático y Edy el vendedor…vendedor no se de que, pues la Gaita a lo único que se dedicaba era a andar de parranda con su negrón. Y parrandas no le faltaban porque el novio, que de paso debo decir era una bella persona, era cantante de una famosísima orquesta habanera. Digamos que Edy y yo éramos el “tape” de la gallega, dos tipos suertudos que teníamos resuelta en Cuba la “actividad fundamental” en pleno periodo especial y si usted no sabe cual es la actividad fundamental en Cuba, le recomiendo que no siga leyendo la historia. Muchas gracias por su comprensión!.

Esa era la época en que cualquier gallego(a) aterrizaba en la Habana y antes de que hubiera cagado la última paella que se había comido en “El corral de la Pacheca” en Madrid, lo convertían en un flamante “inversor extranjero” con una compañía “mixta” para importar alpargatas aerodinámicas de mucha demanda en Cuba , una oficina en el otrora lujoso barrio de Miramar y dos o tres “ingenieros” contratados por la empresa Cubalse, heredera de la mas pura tradición “empresarial” de la Compañía de Jesús, en fin dos buscavidas como Edy y yo que le servían de
empleados, ayudantes, chóferes, tracatanes multipropósito y un largo etcétera.

Pues bien estábamos mi socio y yo a esa hora en plan de digerir el arroz “mixto” del almuerzo y discutiendo importantes temas como por ejemplo si a las empresas extranjeras en Cuba les ponen al apodo de empresas “mixtas” por el pomposo nombre del “arroz con suerte” que reparte el carrito de Cubalse a su personal escla.. perdón contratado, cuando sentimos que tocan al timbre de la puerta. Honestamente la mirada que cruzamos fue de profundo asombro pues no sabíamos ni que la puerta tenia timbre, tan inmensa había sido la paz en esos últimos meses en que la única persona cruzando ese umbral era el socito que nos traía el almuerzo y a ese le estábamos “cazando la pelea” tomando turnos vigilando por la ventana antes que llegara, vaya que lo esperábamos con la puerta y los brazos abiertos como aquel que dice. Al abrir la puerta esta vez nos topamos con uno de los personajes más estrafalarios que haya visto en mi vida. Medía como seis pies, era gordo como un melón con patas y la “coba” que traía puesta no era de la que daban por “el cupón de la libreta del vestir”, y ojo que la palabra vestir es solo un eufemismo y además ese documento ya estaba en avanzada fase de extinción. Cargaba además un teléfono celular, y cargar es el verbo correcto, pues era uno de esos que le decían “zapatofonos” por su tamaño descomunal, pero no sean muy exigentes, recuerden que estamos en 1991 en la Habana, ok?. Hasta aquí el atalaje del tipo lo definía como un “súbdito de otras tierras”, gordo, señal de estar “chocando con la concreta” regularmente, con una pelambre color rojo carné-boniato, casi desconocida en el biotipo del cubano promedio, bien vestido, oliendo a flores y no de peo precisamente y con un celular, en fin que como diría un miembro de las “tropas montadas de la Habana”, estábamos en presencia de “un yuma”. Pero algo no estaba bien en este personaje, vaya como que el “numero no cuadraba con el billete”. Coincidentemente cuando le abrimos la puerta le entró una llamada por el zapatófono y el fulano comenzó a desbarrar en el mejor lenguaje de la escuela clásica del barrio de Jesús Maria. En fin que este portento nos tenía un poco confundidos y no podíamos mas que observarlo y mirarnos esperando que nuestro visitante terminara su tirada por el teléfono.

Lo que siguió nos dejo aun mas asombrados. Se sabía nuestros nombres y apellidos de memoria, a que nos habíamos dedicado los últimos 5 años y venia con una tremenda propuesta de negocio. A estas alturas Edy y yo no sabíamos que hacer. A pesar de ser dos tipos emprendedores, con varias “operaciones” en el mercado negro sumamente arriesgadas en nuestros curriculums como por ejemplo la importación al por mayor de jabitas rusas; sí los que inundamos la Habana de jabitas de plástico soviéticas en la década de los ochenta fuimos Edy y yo! se las cambiábamos por cigarros y ron barato a los marineros “bolos” y hasta “ruski iasik paradio” aprendimos para facilitar nuestras transacciones , además de otros negocios mas peligrosos como la venta de langostas directamente de la reserva de "Quien-tu-sabes" ( T E X T O C E N S U R A D O ). Y mas recientemente una operación de venta de sistemas de computación a gran escala para el sector empresarial “mixto”, negociación que contó con el apoyo de un grupo de especialistas de la Academia de Ciencias de Cuba que se estaban "jamando" un cable (literal) y que después de vendernos todas las computadoras que pudieron “facharse” al no tener mas nada que vendernos nos querían convencer que le compráramos la estatua de la republica como si fuera artesanía de merolico (la india esa media encuera con una tremenda lanza) pero que por falta de transporte y de la logística adecuada tuvimos que rechazar. Pues como les decia a pesar de nuestra vasta experiencia en el complicado campo del "invento", habíamos caído últimamente en un “slump” que nos forzó a aceptar el trabajo de tarugos con la vieja gallega o a ingresar en la larga lista de victimas de Soya, el picadillo asesino. Por un sentimiento natural de auto conservación teníamos grandes reservas con este personaje. Justo es decir que después de tantos años de vivir en el filo de la navaja habiamos desarrollado una tremenda habilidad para detectar a los “segurosos”, habilidad que nos había permitido evadir una temporada en el “tanque” por muchos años. Digamos que el detector de mentiras del FBI era un juego de niño para nosotros. Si el tipo era “chiva”, Edy y yo nos dábamos cuenta enseguida! Y el social que teníamos en frente nos estaba enviando señales muy contradictorias. Para rematar la cosa, nuestro nuevo conocido nos invito a dar una vuelta en su auto para presentarnos al resto de su “team”. Cual no seria nuestra sorpresa al ver que el tipo manejaba un flamante Toyota alquilado de la compañía Havanaautos. Con todo este torbellino de acontecimientos ocurriendo ya no sabíamos que terreno estábamos pisando, ni si había llegado la hora de poner en práctica nuestro plan de evacuación que no tenia nada que ver con los túneles del "plan de evacuación" de Armando Guerra Acosta, "Mi Habana como un Queso Gruyere", y si con una flamante balsa con motor fuera de borda que permanecía estratégicamente escondida en la azotea de la casa de la abuela de Edy en Cojimar, a buen resguardo de miradas cederistas o si estábamos en presencia de una tremenda oportunidad de sacarla del parque por el center field.

Debo hacer un paréntesis en mi relato, pues se que mis lectores cubanos estarán pensando que les estoy metiendo tremenda guayaba, y es que nadie puede creer que llegáramos tan lejos con este personaje que habíamos conocido hacia media hora. Hay algo que los extranjeros cuando visitan Cuba no entienden de la psicología del cubano y es el tremendo miedo, terror atávico diría yo, que los embarga solo de sospechar que cualquier persona de su entorno pueda ser un chivato del régimen. Edy y yo éramos una especie distinta. Nuestra escuela de formación no fue ninguna de las flamantes “fabricas de hombre nuevo” que a bombo y platillo les mostraban a los excelsos mandatarios que por un tiempo visitaron nuestra Isla. Nosotros nos iniciamos con el famoso Cundo. Este tipo era todo una leyenda en la Habana y aunque la sola mención de su nombre puede sonar desconocida para muchos, déjenme decirle mis queridos amiguitos que Cundo fue el tipo que monto la operación de vender pan con pavo en la Habana en cantidades industriales y los que no son cubanos dirán y eso que? Pues lo creativo de la idea de Cundo es que en la Habana no se ha visto un pavo desde la época en que el mecánico del avión de Camilo se puso a “inventar” con el motor de la avioneta para ver si se ganaba un premio de las BTJ aunque dicen las malas lenguas que los motivos fueron otros. Lo cierto es que Camilo y los pavos desaparecieron de la escena casi al mismo tiempo y no han vuelto a ser vistos desde entonces, pero eso es parte de otra historia. Cundo, con su inventiva, montó toda una industria “robolucionaria” del pavo, industria de la cual Edy yo nos enorgullecemos de haber formado parte en nuestros años infantiles. Edy, mime y otros chamas de mi barrio éramos los encargados de proveer los pavos. Pavos que cazábamos con los más disímiles artificios en la famosa Loma del Burro. Estos pavos volaban alto de verdad por lo que para nosotros fue un gran entrenamiento de inventiva y creatividad el lograr capturarlos “vivos o muertos”. Cinco “cabillitas” nos pagaba Cundo por cada tiñosa... perdón “pavito de las alturas”. Pero la felicidad en casa del pobre dura muy poco y un buen día Cundo fue desaparecido del barrio sin mas explicaciones. Ese día la industria alimenticia cubana sufrió un duro revés y la economía de mi casa también y aprendí que para ser un miembro de esa casta privilegiada que es el bisnero cubano lo más importante es desarrollar un “olfato” súper sensitivo para detectar al agente encubierto. Cundo cometió el error de vender su mercancía a dos chivatones que cuando se enteraron de las capacidades aerodinámicas de las aves que Cundo vendía, después de vomitar los intestinos, lo echaron pa’lante como al carrito del helado. Y es por eso que ahora estaba en shock! Quien carajo era este tipo? Pero al final nuestro espíritu emprendedor pudo mas que el miedo a lo desconocido y nos lanzamos a un viaje de fantasía con nuestro nuevo “socio” que a partir de ahora llamaré con el sugestivo alias de “El frutero” (continuará)